almudena álvarez
palencia
En Robladillo de Ucieza, un pequeño pueblo de la Tierra de Campos palentina, la vida comienza temprano, cuando apenas ha despuntado el sol. Entre el silencio del amanecer y el balido de las ovejas, Nerea del Río inicia su jornada a las 7 de la mañana. Toca ordeñar a las ovejas. La jornada va avanzando entre alimentar a los animales que no salen y sacar al resto al campo para que pasten. “No las saco yo con la manta y el zurrón como se hacía tradicionalmente”, matiza esta joven pastora con la serenidad de quien ha decidido nadar a contracorriente. Porque el campo ya no es lo que era y a sus 32 años, Nerea del Río ha convertido su apuesta por el pueblo y el ovino en una declaración de principios: que la vida rural también es una opción con futuro, digna, libre y profundamente necesaria.
Cuenta que su infancia transcurrió entre Robladillo y Carrión de los Condes. Después estudió Bellas Artes en Salamanca, se formó en Matemáticas por la UNED, y trabajó en Madrid en comercio y hostelería. “Yo era muy buena estudiante, así que había que salir del pueblo. Pertenezco a esa generación a la que nos decían que había que salir de los pueblos, que el futuro estaba en las grandes ciudades”, explica. “Era la concepción que había entonces”, añade.
Pero algo en ella tiraba del hilo de la memoria, del corral y de las tardes junto a su padre ordeñando ovejas, cuando todo era más manual y menos planificado. Lo que para muchos de su generación era un castigo, para ella era descanso, hogar, sentido y, desde que en 2017 tomo una de las decisiones más importantes de su vida, presente y futuro.
Ese año decidió regresar al pueblo y apostar por el oficio que hoy le da vida y sustento. “Empecé a trabajar para mi padre y tres años después me quedé con la parte ganadera del negocio”, explica. Un rebaño de 500 ovejas de raza assaf, un perro pastor, varios mastines y un burro, que se han convertido en sus compañeros de viaje.

Divide sus días entre las tareas del ordeño, la alimentación de los animales y el pastoreo, que realiza con técnicas de pastoreo regenerativo racional. Utiliza pastores eléctricos, vallas móviles con las que delimita porciones de terreno para que las ovejas consuman el pasto justo y fertilicen el suelo.
Además abre las puertas de su granja a todo el que quiera conocer de cerca su trabajo y un oficio cada vez más desconocido entre los jóvenes. Por eso organiza visitas –con reserva previa- que vende como una experiencia única para todas las personas que se atrevan a descubrir la vida rural de cerca. “Una persona que sabe cómo cuidamos, alimentamos y tratamos a las ovejas, sabrá valorar el producto que compra en la tienda. Es necesario conocer para valorar”, afirma con rotundidad.
También divulga su día a día en redes sociales a través del perfil Ovejas y Ríos. Esa ventana digital no solo le ha permitido visibilizar su labor, también tejer vínculos con otras mujeres ganaderas y con compañeros de cualquier punto del país. “Me sirve para conectar con gente de mi generación y de mi oficio. Mi padre estaba rodeado de pastores más mayores, pero no conocía a nadie más allá de su provincia y yo puedo hablar con pastores de otros puntos”, explica.
Asegura que para ella, ser pastora es una forma de vida. “A mí me gusta más estar entre animales que entre personas. Necesito ver el horizonte. Valoro mucho la libertad que me da el campo”, explica. Esa libertad implica algunas renuncias, como acostumbrarse a que el domingo no haya pan, a no dar por hecho que cuando abres el grifo vaya a salir agua, sobre todo en verano, o a que te puedas conectar a internet en cualquier rincón. “Para mi merece la pena porque estoy donde quiero estar, hago el trabajo que me gusta y además, es un trabajo genuinamente necesario y honesto. Yo consigo alimento, no creo una necesidad para vender algo. Produzco alimentos de calidad”, señala.
Es mujer, joven y ganadera, un perfil que sigue sorprendiendo y no siempre resulta fácil explicar su elección. “Es necesario que desaparezca el estigma que todavía existe sobre las mujeres ganaderas porque somos muchas”, afirma. Dice que entre compañeros nunca ha sentido discriminación, pero sí entre comerciales o personas ajenas al medio rural, y más, cuanto más jóvenes. “Todavía hay prejuicios, algunos entienden que por ser una mujer estoy jugando, que no me lo voy a tomar como un trabajo serio y que me cansaré en algún momento”, señala.
Se rebela también contra la idea de que la ganadería siempre ha sido un trabajo masculino. “No se consideró un trabajo masculino hasta que no empezó a dar dinero”, afirma, porque tradicionalmente los animales entraban dentro del terreno de lo doméstico y hasta los años 60 para las mujeres el cuidado de los animales era como ir a hacer la compra. “Cuando cuidar la vaca solo daba un vaso de leche, lo hacían las mujeres, cuando empezó a dar dinero empezaron a hacerlo los hombres”, sostiene esta ganadera. “Yo tengo el conocimiento de las abuelas y quiero el dinero de los hombres”, sentencia, sorprendida de que todavía sorprenda ver a mujeres ganaderas.
En cuanto a los grandes retos del sector, habla del relevo generacional como algo fundamental para que el ovino no desaparezca. El sector está muy envejecido, se han cerrado muchas explotaciones, falta gente en el campo y sigue siendo un oficio poco atractivo para los jóvenes, asegura Nerea del Rio, que acaba de ser nombrada presidenta de la cooperativa de ganaderos palentinos GADEPA.
En su opinión, la implicación de las administraciones sigue siendo insuficiente porque hay tantos palos que tocar que no basta solo con voluntad política o con el hecho de que una administración determinada ponga en marcha un plan o una ayuda. “Aun habiendo voluntad política es muy complicado revertir esta situación”, asegura. “La solución pasa por darle valor a lo que hacemos, divulgando esta profesión como una forma de vida tan digna como cualquier otra”, continúa.
También hay que borrar esa visión polarizada de la vida rural y del trabajo de los ganaderos, que se mueve entre dos puntos de vista muy enfrentados: o como algo idealizado o como un trabajo duro sin horas libres. “Este es un trabajo como otro cualquiera, con sus pros y sus contras, como todos”, sostiene.
Cree que la clave está en dignificar el oficio, hacerlo visible y darle el valor que tiene, porque poner en marcha una ganadería ovina exige una gran inversión y un gran esfuerzo. “Yo tenía la segunda transición más fácil, porque compré las ovejas a mi padre. La primera más fácil sería que mi padre se hubiera jubilado. Y aun así es complicado. Pero el que empieza de cero lo tiene muy difícil porque se necesita mucho capital”, explica, sin querer desanimar a nadie que sienta atracción por este oficio. “Si es lo que quieres hay que ir a por ello, pero siempre siendo realista”, aconseja.
Ella misma está elaborando una especie de manual de instrucciones para que otros jóvenes sepan dónde acudir cuando ya no quede pastores en sus pueblos que les orienten. Una guía para que no se sientan perdidos, para ayudarles en el arranque del oficio y también para que este oficio y todo el saber que atesora no se pierda.
En su vida diaria la acompañan su perro pastor Chispi, varios mastines que ejercen de guardianes, y por supuesto, sus ovejas. “Tenemos un vínculo muy estrecho. Todos los días estoy cerca de ellas, son mi responsabilidad”.
Su vida entre ovejas, perros pastores y horizontes amplios no es una vuelta atrás, sino un paso decidido hacia una forma de estar en el mundo más consciente, más libre y más arraigada. Y aquí está Nerea del Río, demostrando cada día que el campo también es cosa de mujeres, pidiendo respeto por un oficio que, como ella, se abre paso entre viejos prejuicios y nuevos desafíos.

